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agosto 31, 2010


Leo, pese a todo seguía conmigo, nos queríamos de eso no cabía duda. Pero también notaba que estaba demacrada, ojerosa muy delgada y siempre de mal humor, quería ayudarme, pero yo no quería ayuda. Sí, le quería a él.

Hasta el día en que decidí, por Leo y por mi, poner remedio a esta situación, que me consumía el alma, me rompía la cabeza haciendo de mi un ser que no era.

Nos fuimos al médico, al parecer sabia lo que me pasaba, habló con mi madre y nos explicó de que se trataba.
- No sólo tienes que comer, tienes que darte cuenta del porqué del problema, esta obsesión viene por algo, que te preocupa, a lo mejor ni tu lo sabes.

Me puso en manos de un psicólogo.
- El te ayudará hablará contigo y tu con él, cuéntale tus temores, sueños, costumbres lo que quieras o creas que te puede preocupar, verás como todo se arregla.

Veía muy triste a mi madre, la observaba de lejos, tenía ojeras y más arrugas, había envejecido, se me encogió el corazón.
- Mamá, sabes que te quiero ¿Verdad? Le dije para animarla.
- Lo se, yo también hija mía, no quiero verte sufrir, ni ver como sufrimos todos.
- No te preocupes todo irá bien, soy fuerte ¿No?
- Claro que si hija, pero yo no se que hacer para ayudarte.
- Sólo quiero que me escuches, me comprendas y me animes yo lo haré contigo, quiero que estés ahí y que no desaparezcas nunca. Necesito que confíes en mí. Quiero curarme.

Los días en los que fui consciente de mi obsesión, enfermedad, la que me estaba consumiendo por dentro y matando poco a poco, fueron tremendamente duros.

Me ingresaron muchas veces, pues muchas veces recaía, pese hablar con psicólogos contarles mis pensamientos mas íntimos, sueños, secretos, vivencias, como había dicho mi médico de cabecera, salía de la consulta y me reflejaba en los escaparates de las tiendas intentando no mirar, pero lo hacía y veía lo que no quería ver.
Todo volvía a empezar.


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