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agosto 24, 2010


Odiaba mi gordo cuerpo, inmediatamente tuve que poner fin a eses michelines que colgaban de mi cintura, de mis piernas, de todo mi cuerpo.

Al día siguiente comí menos, así día tras día. Hasta que dejé de comer definitivamente.
Mi familia no se enteraba de lo que estaba haciendo, cuando empecé mi nueva meta que me obsesionaba, mañana tarde y noche.
Era muy sencillo engañarles no se podían imaginar lo que me pasaba por la cabeza, para que no sospecharan o vieran extraña mi conducta, me ofrecía siempre hacer la comida diciéndoles que ya me había comido un plato, cuando no era así.

Tiraba la comida, cuando no me veían, me las ingeniaba para hacer de mi vida una autentica pesadilla, entre mentiras y obsesión me sentía cansada.

Mi cuerpo fofo seguía viéndose en el espejo cada día que me miraba y lloraba en silencio pensando otras muchas estrategias más, para seguir con mi sueño, ser delgada.

Un día me di cuenta que mi madre sospechaba algo, pasó tanto tiempo ya de mi rutina que quizás me relajé. Aparte de que mi aspecto estaba cambiando aunque yo no lo viera, estaba mucho más delgada.
Tuvimos una discusión horrible, ¿Qué está pasando?; se preguntaba, quería llevarme al médico, yo no quería.

- ¿Estás enferma? Mira que cara, estás en los huesos. -Decía mi madre sin saber nada.

Esa misma noche, sin poder dormir, como muchas otras, me paré a pensar en mi situación, en que algo me pasaba, perder peso se había convertido en mi forma de vida, no podía concentrarme en otra cosa que no fuera eso, me sentía tan mal, los dolores de cabeza cada vez eran mas constantes y desquiciantes, se me dormían las manos y mi mal humor, me distanciaban del resto del mundo, apartando a todo aquel que quisiera acercase a mi.


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