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febrero 01, 2012

ME LLAMO DANIEL

Suena la sirena a las seis de la mañana.
Me despierto en mi cama y no se donde estoy. Pasados unos segundos lo recuerdo, se me encoge el corazón, pero sigo adelante, resignándome, asumiendo las consecuencias de mis actos.


Me ducho rápido, pues el agua fría llega antes casi de que me pueda quitar el jabón.
Desayuno en el comedor con todos los demás. La bazofia que dan es como la mierda de rata, que corretea por aquí, la como simplemente por comer.


Aquí soy un privilegiado, gracias  a la carrera de económicas que me costó sudor y lágrimas sacar.
En mi mesa cutre llena de papeles intento ajustar presupuestos y llevar las cuentas ingeniándomelas para que no sobre ni falte un euro.
A las once me tomo un café y me fumo un cigarro, mientras pienso en lo que me ha traído aquí.
Hay veces que me duele el pecho y no puedo respirar, miro a mi alrededor y la vista se detiene entre los barrotes y el mundo exterior.


Soy culpable, soy culpable por amar, por querer hasta la locura.
Culpable de quererle y también de odiarle, de matarle, de querer hacerlo y haberlo hecho.
Mis manos huelen a sangre que se ha ido incrustando en los huecos de las lineas de mis huellas dactilares, para siempre.
Mi retina grabó su rostro sin vida, vacío, como mi alma. No pude separarme de su cuerpo inerte, inmóvil, de repente desee devolverle la vida que le arrebaté, la sonrisa, sus besos sobre mi, demasiado tarde.
No volveré a verle reír, ni sus fuertes brazos rodearán mi cuerpo. Tampoco el de otro...
Cuando pude reaccionar y volver a la realidad, me encontré entre barrotes, privado de libertad, pagando mi condena, por haber amado, por haber querido con locura. 
Y aquí permaneceré hasta cumplir el castigo.
Volvería hacerlo una y mil veces mas.