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junio 08, 2010

HABLEMOS DEL...CIRCO

Siempre que nos querían llevar al circo nos decían:
- ¡Vamos al circo de los payasos! (Nuestros padres los pobres que se tragaban cualquier cosa por nosotros)
¿Porqué lo llamaban así? Quizás ellos se creían que nos gustaban más los payasos que ver como los domadores metían esas cabezotas dentro de la boca de león, esperando claro está, a que la cerrara.
En algunos lugares, se están dando cuenta de la crueldad con la que tratan a los animales, por eso hay circos que ya no incluyen ninguno en sus actuaciones.
¡Me alegro por ello!
Esos trapecistas que se suben por una escalera tan larga que parece no tener fin, para luego descolgarse por unos columpios balanceándose y haciendo piruetas sin parar, pasando de un lado a otro con la intriga de ver como caían en una red que está a pocos metros del suelo, con más peligro que el propio columpio en los que se balancean, pues cuando caen van directos al suelo rebotando como pelotas de goma.
Y los elefantes, esos enormes animales que ponen una pata encima de la cara de su domador, tumbado debajo quieto como una roca, te quedabas con las ganas de ver como le aplastaba la cara, luego levanta la trompa como si fuera feliz.
No creo que el látigo que utilizan para domarlo les haga mucha gracia.
Más tarde salen los caballos, jinetes encima, erguidos como palos, recorriendo el redondo suelo del circo, haciendo que los animales levanten sus finas patas o tumbando sus musculosos cuerpos en el frío suelo arenoso. Sin olvidar las acrobacias que hacen encima de ellos, pisando su brillante piel.
Ahora sí, los payasos, por supuesto el personaje cómico por excelencia, procedente de las antiguas pantomimas.
Bajo una máscara sonriente, pintada a mano, con esmero, siendo reflejo de los defectos humanos.
Supuestamente hacen reír, pero las gracias ya no tienen tanta gracia cuando las ves, doce mil quinientas veces.
Siempre son las mismas. Te echan agua de una flor de papel arrugada que llevan en la solapa, o te dejan sordo con cualquier instrumento que sacan del bolsillo. Se sientan en una silla que otro les quita para caer al suelo, (claro que ver como otro se cae, siempre ha hecho mucha gracia).
Un espectáculo que gusta tanto a grandes como a pequeños, no confesando algunos que lo odian.
Porque aunque los payasos no nos gusten a todos, tenemos que aguantarlos nos hagan gracia o no, son el alma del circo, no nos enseñan nada pero tampoco nos hacen daño, por eso nos decían:
¡Vamos al circo de los payasos!

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