Me levanto todos los días a las cinco de la madrugada, para ir a trabajar.
Me visto lo más informal que puedo, me reservo la ropa para cuando salgo con mi marido al cine, a cenar a cualquier sitio, donde pueda desconectar un poco, aunque no lo consiga del todo.Llego entusiasmada al trabajo, pues me encanta, pensando que hoy el día será mejor que ayer.
Pero cuando entro por la puerta la desolación se apodera de mi. Tengo que hacer de tripas corazón para que no se me note, tal sentimiento, absolutamente nada en mi persona.
Gente de carne y hueso que sufren el día a día como yo, del que me siente especialmente orgullosa por como se enfrentan a situaciones que son realmente difíciles de asimilar.
Voy recorriendo habitación por habitación, en algunas el padre, acomodado leyendo el periódico, con arrugas en la frente, que hace dos días no se notaban, en otras, madres preocupadas con veinte años más de los que realmente tienen, con el alma en un puño y la tristeza tatuada en el rostro.
Doy ánimos pero es inútil, saben como yo, que no vale para nada. Pero delante de ellos todo tiene que parecer positivo no decaer, pese a la situación.
Así que, mi sonrisa es más larga que nunca en todas y cada una de las habitaciones en las que entro.Les tomo la tensión, les hago análisis, infinidad de pruebas, ninguna agresiva, para mantener esas almas rotas por el dolor y la desesperanza, alertas, despejados y sobre todo esperanzados.
Simplemente que estemos allí, haciendo lo posible por que la espera sea más llevadera y que no pierdan nunca el aliento.
Intento ser la mejor en mi trabajo no solo por mi sino también por ellos.Soy enfermera jefe en oncología infantil y mi deber es ayudar a niños lo máximo posible, a que su estancia durante la enfermedad sea amena y divertida, comprender y escuchar a sus agotados padres y darles todo el ánimo del mundo. Fuerzas que tengo que sacar de lo más hondo de mi corazón.
Cuando vuelvo a casa y miro a mis niñas doy gracias por tenerlas, y rezo por no perderlas.
Tengo la convicción de que solo con mi presencia cada día y la de mi equipo, trabajando con fuerza y ganas, muchas familias destrozadas por la enfermedad que padecen sus hijos, esperan con ansia a que amanezca, al día siguiente, sabiendo con toda certeza que nosotros estaremos allí, cuando salga el sol.