Sus manos recorrían su cuerpo sólo como él sabía. Terminaron de hacer el amor, se levantó de la cama sudoroso, pensando en que no quería marcharse. Se metió en la ducha y mientras el agua templada le caía por el rostro sintió culpa, ese sentimiento que le venía cada vez que estaba en su casa.
Sonó el despertador. Era temprano. Se desperezó intentando abrir los ojos pero no podía, pues estaba demasiado cansado. Miró a su mujer, mientras ella dormía, sintiéndose, vacío, triste y amargado, por no poder vivir la vida que realmente quería y con quien deseaba.
Se vistió deprisa y salió, sin despedirse de aquella con la que habían decidido que debía estar.
No podía gritar a los cuatro vientos lo que sentía. Nadie le entendería, algo no funcionaba en él.
No podía concentrarse, estaba ensimismado en sus propios pensamientos, en su vida, en quien era.
Amaba a otra persona, no a su mujer, y esos sentimientos eran tan fuertes que levantarse cada mañana al lado de ella se le hacía insoportable. Pero no sabía que hacer, no podía destrozarle la vida. Ella si estaba enamorada de él. Seguro, de que le quería con el alma.
Sonó el telefono:
- Hola cariño
- Te he dicho que no me llames al trabajo, pero me alegra oír tu voz, estaba pensando en ti.
- Me gustaría verte esta noche, tenemos que hablar, tienes que decírselo, por tú bien y el de ella, el nuestro propio. Estás sufriendo. ¿no lo ves? Yo lo veo.
- Sí, lo sé, tengo mucho que pensar. No me agobies por favor
- Está bien, te dejo. Ya me contarás qué decides, de todas formas escápate si puedes. Un beso.
- Un beso para ti también. Hablamos.
CONTINUARÁ...
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