Tumbada en la cama cierra los ojos, desliza sus manos por el cuerpo, acariciándose, como lo hacía él.
Sus besos le hacían estremecer, suplicándole que no dejara de besarla nunca, que lo hiciera despacito y le susurrara al oído.
Mira al cielo y le habla, piensa que las estrellas le acompañan. Ella siempre le amará.
Busca algo que contenga su olor, sentir su aroma la reconforta, desplazándola al placer más absoluto y a la pena más absurda.
Estrecha el jersey entre sus brazos, cierra los ojos, nota su cuerpo encendido, se excita, le acaricia el pelo, se muerden los labios, recorren sus cuerpos desnudos suavemente.
Abre los ojos, humedecida, vuelve a la ventana, mirando entre las estrellas, buscando sus ojos color miel, queriendo abrazarle fuertemente, llamándole en silencio.
Se acurruca en la cama, cansada, sola, todavía oliendo a él, observando el vacía al otro lado deseando con todas sus fuerzas, llorando su ausencia, que él llenara ese hueco.